Todo tipo de consumo, y no sólo las relacionadas con el arte y el conocimiento, representan hechos culturales; el consumo cultural ha llegado a definirse como la apropiación y usos de productos donde predomina el valor simbólico por encima de la utilidad, por lo cual, la sociedad venezolana –altamente consumidora- es objeto curioso para el estudio de este tema.
En una entrevista que sostuvo Ivan loscher junto a Axel Capriles en el libro “Dilemas del Presente” se debatió el cambio en los patrones de consumo de la sociedad: Los objetos que consumimos han adquirido características de personalidad y las personalidades se apropian de características del objeto. Es decir, el consumo cultural se convierte en el recurso fundamental para lograr un intercambio en las relaciones humanas y con éllo el objeto cultural u objeto producto del mero consumo adquiere un valor simbólico. Además “(...) vemos la conformación de consumidores selectivos donde prevalece ya no el producto sino la marca” señaló el psicólogo, Axel Capriles.
Con respecto a la adjudicación de símbolos a los objetos, ocurre un proceso curioso en Venezuela: La harina de maíz precocida elaborada en nuestro país no sólo es un producto para la exportación, sino que es orgullo de todos y un miembro más de la mesa. De igual manera el certamen de belleza venezolano no es un simple evento con gran presupuesto sino que es una marca y un símbolo adherido a la cultura venezolana.
Martín Barbero señala que los medios de comunicación no son un puro fenómeno comercial, ni un fenómeno de manipulación ideológica, son un fenómeno cultural a través del cual la gente, vive la creación del sentido de su vida. La periodista y profesora Mar de Fontcuberta señala en su libro “La noticia - Pistas para percibir el Mundo” el peligro que corren todos los usuarios, consumidores para efectos de este artículo, al no realizar un señalamiento crítico acerca del producto (información seleccionada por medios masivos de prensa) que se les ofrece y que de manera no-deliberada consumen sin un previo proceso de cuestionamiento y selección.
A partir de ese punto, manifiesto mi inquietud en cuanto a la utilidad práctica que se le atribuyen a las mercancías. Los productos están en los medios de comunicación convencionales y no-convencionales, hasta en los coches de los bebés, es decir en la cotidianidad misma, sin embargo el consumo de ellos está delimitado por los patrones de conducta de las sociedades. El gasto en advertising alrededor del mundo ha alcanzado los 500 billones de dólares, pero las cifras de pobreza mundial, de miseria cultural y transculturización han enajenado las señas auténticas que distinguen la identidad de las sociedades.
Según García Canclini “la función esencial del consumo es su capacidad para dar sentido” o incluso que “las mercancías sirven para pensar”. No me queda muy claro lo último, sin embargo, estoy de acuerdo con el doble papel que señalan Mary Douglas y Baron Isherwood acerca de las mercancías: éllas actúan como “proporcionadores de subsistencias y establecedores de las líneas de las relaciones sociales” dado que definen épocas, tendencias y subculturas.
En su artículo “El consumo cultural: una propuesta teórica” Canclini señala la independización parcial de la producción cultural con el control religioso y político que se desarrolla en la modernidad: esto sucede por transformaciones en la circulación y consumo.
En nuestro país se pretende impulsar la producción cultural nacional. Sin embargo, Venezuela es el tercer país con mayor regulación en materia publicitaria y los recursos para la elaboración de bienes culturales están limitados. Mi mayor preocupación es si todo este proyecto está sujeto a criterios políticos y que en consecuencia, se produzca una limitación en cuanto a la producción y al consumo cultural.
Adrián Pierral
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